lunes, marzo 02, 2009

O-marzitis

lunes, marzo 02, 2009

Después de Febrero, Marzo. Y bueno, lo que todos ya sabemos en este país: clases, pago de matrículas, nuevas inserciones laborales, hora de resolver cosas pendientes del período anterior, toma de decisiones, término de las vacaciones, petición de préstamos si no alcanza el dinero, ciao ciao calor veraniego, playa, gafas de sol.

Sin tregua, Marzo anuncia que la vida debe continuar. O seguir continuando, para algunos.

El año pasado, por estos días, hubo en Santiago de Chile una tormenta eléctrica espectacular. Lo recuerdo perfectamente, porque iba a una obra de teatro con mi carissima Alejandra, una amiga ecuatoriana. Ya en el metro, entendimos que el panorama debía cambiar ya que la puesta en escena era al aire libre, y el aire estaba ocupado, digamos, por la lluvia.

Las mujeres, aún calzando sandalias y demás zapatos abiertos, lucían desastrosas. Nadie tenía un puto paragüas, y eso que aquí es un negoción venderlos cuando caen dos goteras. A mí todo eso me causaba mucha risa. Estaba feliz, sencillamente.

Alejandra y yo decidimos ir a su casa (en aquel tiempo ella estaba viviendo con unas gringas simpáticas y yo no conocía el departamento, así que me pareció buena idea ir allá). Pasamos a un supermercado de Estación Central y compramos frutas y comida para regalonearnos. Recuerdo que estaba comenzando a cargar las bolsas, cuando sonó mi celular: era D. B. llamándome desde Guayaquil.

Lo cierto es que no le entendí ni la mitad de lo que dijo, porque en ese momento la lluvia se tornó más intensa. La gente corría hasta los aleros de las tiendas, intentando acampar. Yo miré a Ale, y de un salto nos sumergimos en la marea y corrimos hasta el paradero. Transantiago apañó, y nos subimos en una 427 que llegaba hasta Las Condes.

Aquí en Santiago, una lluvia así es capaz de generar una fraternidad jamás vista. La gente hasta se sonríe, por lo bajo, y todos son condescendientes con los look de los otros. No importa que estemos despeinados, con la pintura de ojos corrida y las sandalias empapadas. Total, "son cosas que pasan", cuando llueve así, después de los treinta y tantos grados del verano. Hasta los choferes de micro perdonan el que uno sea torpe y demore en bajar o subir, y algunos incluso colaboran: intentan dejarlo a uno en un lugar que no sea un charco de agua, para bajarse. Todo un acontecimiento.

Pero ni así la gente es feliz. La solidaridad se establece por las quejas que todos comparten y que terminan con un "no quiero que llegue el invierno". Pendejos. No piensan que al día siguiente, después de una lluvia así, ¡se ve la cordillera de fondo en la ciudad! ¡Se respira aire! El smog desaparece al menos veinte horas. Los bomberos dormirán tranquilos porque no habrá incendios. Los lanza están buscando robarse un paraguas y no una cartera. Los jóvenes llegarán a tomarse una sopa a la casa y no irán a tomar chelas hasta quedar botados en algún carrete.

Yo creo que aquí la gente no sabe lo que es la tranquilidad. Igual yo recuerdo ese día, cuando la micro cruzaba la Alameda a la altura de La Moneda y sonó un estruendo fuertísimo. Un chico atrás mío dijo "pedazo de trueno, weón". En efecto, la luz del rayo no se hizo esperar. La gente temblaba a cada sonido atronador y hasta se levantaban de los asientos al ver las luces de los relámpagos tan cerca, iluminando la micro.

En el paradero siguiente, de Universidad de Chile, se subieron unos cantaores populares. Mojados hasta el alma, igual ofrecieron su música entonando dos guitarras. Ale y yo, que compartimos buena parte de esos gustos, nos miramos felices. "En un pueblo olvidado no sé por qué..."; nosotras cantábamos con los chiquillos, el negro José y el repique de la lluvia en el cemento. Pero lo mejor vino después: "Aprieto firme mi mano y hundo el arado en la tierra hace años que llevo en ella ¿cómo no estar agotado?". Nos tuvimos que bajar antes que la canción terminase, pero la cantamos hasta el final.

Ayer, parecía que una tormenta eléctrica estaba naciendo sobre nuestras cabezas. Pero no. El cielo se contuvo. Hacía frío y cayó una leve llovizna, pero nada más. Yo recordaba la tormenta del año pasado y luego a cierta persona que tiene miedo de ellas. O-marzitis, pues.

No hubo tormentas eléctricas, pero escuché su voz. La felicidad fue la misma.

2 comentario/s:

Anónimo dijo...

Acá Marzo es simplemente Marzo; un mes más del año. Se supone que a éstas alturas ha llegado ya el abrazo del calor agobiante, que precede a la semana santa y que es su signo, al menos por éstos lados.

Se trabaja igual, se vive y se muere de idéntica forma. Soy de esa clase de venezolanos que, considerándose "criatura del trópico", siente no pocas veces nostalgia de las estaciones bien definidas. Pese a que no debería llover, ha llovido
intermitentemente. Garúas mansas y compensadoras de un bochorno que todavía no agarra cuerpo.

Acá también se desatan aguaceros tremendos, escandalosos y desgraciadamente, asesinos. Aprendo a controlar mi fobia a los truenos y rayos; resabios del neanderthal que fui hace un par de vidas atrás.

Recuerdo parte de ésta anécdota, porque la supe de dedos tuyos por msn. Hablábamos D.B. Piet, vos y yo. Entre otros tópicos, me reía al verlas (a D.B. y a tí) hablar sobre la pareja ideal, los atributos seductores de Jorge Drexler, etc; y de cómo fastidié la conversa al decir que yo solamente querría a alguien "decente" a mi lado. No me arrepiento de haberlo dicho, por cierto.

Yo sólo deseo que Marzo traiga para tí días amables y propicios. Y claro, poder seguir siendo cómplice de esa felicidad que nombras.

Tanti bacci,

Angélica dijo...

No me acordaba que hablábamos sobre lo atractivo que es Drexler, jaja. Tú piensas que fastidiaste esa charla pero no. Yo pensaba si sería alguien "decente"; todavía lo pienso!

Pero bueno, lo intento. No te quepa duda. Y que los días propicios sean contagiosos mientras compartamos la felicidad.

Besos.

 
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