sábado, mayo 16, 2009

Quita y Pon: con la piel de gallina.

sábado, mayo 16, 2009
Otra aventura de estos hermanos.



Para dormir tiene Quita una cama redondita;
larga, estrecha y flaquita la de Pon.
Pon siempre duerme primero y ronca como un carnero
Quita a veces tiene miedo, miedo y temor.

A los fantasmas presiente uno atrás el otro al frente,
quiere gritar y no puede, oye a una voz.
Entonces se pone atolondrada corre, tropieza, se amarra
y cae sobre la cama, la de Pon.

"¡Los fantasmas!", grita Pon,
y arrancan como un ciclón
atravesando el salón.
qué oscuridad.

Quita y Pon
Quita y Pon

Pero justo en la cocina
tropiezan, luego se miran.
Quita ve como a gallina al buen Pon.

"No hay fantasmas", dice Quita,
"es que yo te caí encima".
"Tengo la piel de gallina", dice Pon.

Y como está desplumado, entumido, agallinado,
Quita le hace un refregado de algodón.

Y vuelven a sus camitas
Pon contento, feliz Quita.
Para dormir de un tirón y saltando de alegría,
volver a hacer tonterías
como siempre al otro día.

Quita y Pon
Quita y Pon.

Quita y Pon: con un hilo de voz.

Una canción de dos hermanos muy interesantes. Con Artesanía de Pilén y Arquitectura de Chiloé, Chile.



Haciendo mil tonterías,
y saltando de alegría,
andan juntos por la vida Quita y Pon.

Quita es redonda y bonita,
siempre algo come o mastica;
a Pon todo se le olvida y es buenón.

Para no ir de la mano
como vulgares hermanos,
bajan por el pasamanos de un tirón.

Pon se engancha en una rama,
llorando llama a su hermana,
ella abriendo una manzana dice "ya voy".

Junto a la manzana encuentra
mermelada de ciruela
pero al comerla recuerda, "pobre Pon".

Sobre un gran charco de llanto
y todavía colgando,
se siente peor que un lagarto,
mucho peor...

Quita no duda un instante,
le dice a Pon agarrarse
necesito un bote antes, volveré.

Pero al llegar con el bote
no ve del arbol ni un brote,
Pon hundido hasta el cogote grita "aquí".

De la voz le queda un hilo
grita socorro y auxilio,
y por la punta de ese hilo lo agarró.

Quita le salva la vida
y el salvado le da a Quita
un castigo y un perdón.

Porque juntos por la vida
haciendo mil tonterias
van andando Quita y Pon
Quita y Pon
Quita y Pon
Quita y Pon.

Tactos y sombras (III)

III

Mi madre dice que jamás olvidará aquella ocasión en que algunos parientes se despedían de nosotros en una estación de tren que ya no existe. Era el Puerto Montt de años atrás, una ciudad que comenzaba a serlo; un lugar de convergencias disímiles en el que mis padres se conocieron sin ser, ninguno, de allí.

La casa que mi padre construyó en la población Libertad, frente al estero que todos los años se desborda con las lluvias de invierno, era más grande que lo necesario. Mientras la levantaban, mamá se enteró que mi hermano Alberto venía en camino y, de improviso, papá destinó lo que iba a ser la "bodega", para dormitorio de él.

Crecimos solas. Más aún considerando que la compañía de mi hermana desaparecía porque éramos tan iguales, que no había demasiado "otro" entre nosotras. Quizá por eso mi madre recuerda tanto aquella ocasión: nuestro llanto incontrolable, el griterío y el "no queremos quedarnos solitas", con que despedíamos a nuestros parientes venidos por las vacaciones de verano.

Horas, días más tarde, las visitas formaban parte de las sombras que se cruzaban de un cuarto a otro, en mi memoria. Y las lágrimas cocodrilescas, ecos inaudibles salvo para mí, como una resina que cubría las tardes oscuras de la misma forma que el barro lo hacía con mis zapatos.

domingo, mayo 10, 2009

Tactos y sombras (II)

domingo, mayo 10, 2009
II

No sólo las sombras chinescas se proyectaban sobre las paredes de aquel entonces. En mi cuarto, por ejemplo, las cortinas parecían tener vida propia, alentadas por corrientes de aire sempiternas. Solía encontrar brujas, hadas, gnomos, solía ver flores o murciélagos, candelabros de múltiples brazos que pretendían alcanzarme.

Ojos cerrados mediante, yo huía de esas figuras. En su lugar, encontraba dentro de mí sus voces, sobretodo la de una mujer que me repetía cosas. Me llamaba por el nombre y repetía cosas, aunque ya no recuerdo lo que decía.

Pensaba que un día dejaría de escucharla, con ese pánico que me recorría al saber que sólo estaba dentro de mí, que sólo yo la conocía. Aprendí que todos tenemos miedo a la locura, sobretodo cuando nos sentimos un poco enfermos. Y yo me sentía un poco así: como la niña del cuento a la que alguien debe componer nuevamente.

No sé cuántos años habrá vivido en mí, ni por qué razón me dejó un día, para siempre. Lo que su sombra proyectaba, sin embargo, permanece inalterable.

Hay ciertas cosas que son, cómo decirlo. Perennes.

sábado, mayo 09, 2009

Siempre

sábado, mayo 09, 2009

Por O.

Lo que hoy se pronuncia. Lo que se recuerda. Aquello que va y viene dentro de mí, cambiando, moviéndose a su antojo, adoptando manías, perpetuándose en el tiempo. Lo que se solidifica pese a estar ebullendo, siempre.

Lo que nos convierte en humanos y nos causa risa: lo que nos hace llorar, cada gesto que nos desespera. Lo que decimos y sobretodo lo que nos reservamos. La prudencia que adquirimos cuando no lo pretendemos, la valentía que a veces no podemos explicarnos.

Días, noches. Los segundos fuera de órbita, las miradas que han pulverizado todo.

Los trescientes sesenta y cinco días que nos pensamos.
Los que nos sentiremos.

viernes, mayo 08, 2009

Tactos y sombras (I)

viernes, mayo 08, 2009
Imagen: Kengo Kuma
I

Yo también jugaba al lobo feroz con las manos, cuando se cortaba la luz y la mesa de la cocina se iluminaba tenuemente con una vela improvisada sobre un tarro de café, a falta de palmatorias. Porque la verdad es que jugaban a las escondidas con nosotros, y sólo aparecían con el amanecer del día siguiente, tan cerca que no podíamos menos que maldecir la ceguera.

A mí todo ese ambiente de penumbras, me fascinaba. No por la oscuridad, que incluso temía. Sobretodo cuando tenía que ir al baño, en el fondo del pasillo, y avanzaba muy lento con la vela en la mano, iluminando apenas el paso siguiente. Esa sensación de no saber lo que seguía, me erizaba la piel del brazo.

Lo fascinante, lo paradójico, era ese cerrar y abrir puertas que provocaba la oscuridad. Porque un sentido magnífico, omnipresente, de pronto y sin explicaciones, pasaba a ser algo inservible y deslucido. Y en su lugar, emergían claves agazapadas, secretas, cómplices; instrumentos de lo perceptible, como lo que sería una llave precisa para un mundo inexplorado.

viernes, mayo 01, 2009

Griposa

viernes, mayo 01, 2009
Como pollito (enjaulado) y con litros de té (hierbas varias, miel, limón); incluido el paracetamol cada ocho horas.

Hice un almuerzo rápido y ligerito y renové mi jarra de té. Me quedé tres horas mirando al limbo desde el comedor y luego otra hora durmiendo. Pensé que podría leer, pero no.

Uno a veces desea estar enfermo para dormir las horas que los días no regalan, o para leer los libros que llevan años en la lista de pendientes. Estúpida fantasía, porque es que hay que saber estar enfermo, y yo no sé. Quiero tener el mismo ánimo de siempre y resulta que la cosa sólo da para dormir y sonarse la nariz como posesa.

El espejo me devuelve los ojos vidriosos e hinchados, y el aspecto de un Rudolph cualquiera. Más encima, la gente que me ha hablado por teléfono tiene el poco tino de hacer chiste: "¿no te habrás pegado la influenza porcina por ahí?, entre tanto paseo por el hospital... jaja!?".

Imagínate. Primer caso en el país. Claro, yo daría una entrevista con todo y frasecita para los medios: ¿y la vacuna cuándo por estos lados? ¡Soy muy joven para morir! (llanto incluido).

Y así con mayo.
 
es bello / es bueno © 2008. Design by Pocket