sábado, mayo 16, 2009

Tactos y sombras (III)

sábado, mayo 16, 2009
III

Mi madre dice que jamás olvidará aquella ocasión en que algunos parientes se despedían de nosotros en una estación de tren que ya no existe. Era el Puerto Montt de años atrás, una ciudad que comenzaba a serlo; un lugar de convergencias disímiles en el que mis padres se conocieron sin ser, ninguno, de allí.

La casa que mi padre construyó en la población Libertad, frente al estero que todos los años se desborda con las lluvias de invierno, era más grande que lo necesario. Mientras la levantaban, mamá se enteró que mi hermano Alberto venía en camino y, de improviso, papá destinó lo que iba a ser la "bodega", para dormitorio de él.

Crecimos solas. Más aún considerando que la compañía de mi hermana desaparecía porque éramos tan iguales, que no había demasiado "otro" entre nosotras. Quizá por eso mi madre recuerda tanto aquella ocasión: nuestro llanto incontrolable, el griterío y el "no queremos quedarnos solitas", con que despedíamos a nuestros parientes venidos por las vacaciones de verano.

Horas, días más tarde, las visitas formaban parte de las sombras que se cruzaban de un cuarto a otro, en mi memoria. Y las lágrimas cocodrilescas, ecos inaudibles salvo para mí, como una resina que cubría las tardes oscuras de la misma forma que el barro lo hacía con mis zapatos.

1 comentario/s:

]MeGalOmAnIaCk[ dijo...

Todos esos recuerdos mueren... Son asesinados por dos pinguinos, una vela azul y una blanca... Y por sobre todo... El lazo de sangre que las ata...

::Ed::

 
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