¿Puedes comprenderlo,
hermano? fue lo que no vi..., lo busqué, pero no existía, en toda aquella inmensa ciudad había de todo excepto/
Había de todo/
Pero no había un final. Lo que no vi es dónde terminaba todo aquello. El final del mundo/
Imagínate: un piano. Las teclas empiezan. Las teclas acaban. Tú sabes que hay ochenta y ocho, sobre eso nadie puede engañarte. No son infinitas. Tú eres infinito, y con esas teclas es infinita la música que puedes crear. Ellas son ochenta y ocho. Tú eres infinito. Eso a mí me gusta. Es fácil vivir con eso. Pero si tú/
Pero si yo subo a esa escalerilla, y frente a mí/
Pero si yo subo a esa escalerilla, y frente a mí se extiende un teclado con millones de teclas, millones y trillones/
Millones y trillones de teclas, que nunca se terminan y ésa es la verdad, que nunca se terminan y que ese teclado es infinito/
Si ese teclado es infinito, entonces/
En ese teclado no hay una música que puedas tocar. Te has sentado en un taburete equivocado: ése es el piano en el que toca Dios.Alessandro Baricco.
Novecento, La leyenda del pianista en el océano.
Anagrama, 1999.
jueves, septiembre 10, 2009
Novecento, Baricco.
jueves, septiembre 10, 2009
sábado, agosto 29, 2009
Sobre la lectura
sábado, agosto 29, 2009
Se me pide que hable del libro, pero no sé del todo lo que es el libro aunque he vivido en diálogo con él desde las infancias que no cesan. Estoy pensando en el libro manantial, tan lejos del best seller, en ese libro único escrito por el hado, que me permite ser y crecer, en esa urdimbre del sentido y del sin sentido al mismo tiempo, que me hace vislumbrar el caos primordial; en el libro creador llámese Biblia de los Vedas o Corán o Popol Vuh o Libro de los Muertos o en aquel Juego de Ilión, o El Quijote o el Fausto o la Divina Comedia o en aquellas piedras angulares que Harold Bloom registra con el designio de Canon Occidental. Pero pienso también en ese otro libro que vamos escribiendo entre todos: el del instante y el de las galaxias, que excede a toda imaginación; a la de los poetas y de los físicos, que es la misma.
Parece haber lo macrocósmico y lo microcósmico del libro, sin caer en lo esotérico. En todo caso lo que importa es que no se vea la mano, y eso lo sabemos los poetas. A Dios en el libro Mundo no se le ve la mano.Un paso más. No soy libresco y mi escritura registra más bien el trauma primario de lo natural. De ahí mismo la sintaxis deshilachada. Pero adoro a los libros progenitores y no sé qué haríamos sin ellos. Una peste, una epidemia que hiciera estragos invisibles en la materialidad de esos papeles, un envenenamiento general de los signos portentosos, una maligna corrupción, y adiós a la memoria. A la memoria madre, esto es, a Mnemosina, madre de las Musas ¿Qué haríamos con esa mutilación del universo si el universo mismo es un libro?Gonzalo Rojas.
sábado, agosto 15, 2009
Sábado de relecturas
sábado, agosto 15, 2009
Creo que lo bello no es una sustancia en sí sino tan sólo un dibujo de sombras, un juego de claroscuros producidos por la yuxtaposición de diferentes sustancias. Así como una piedra fosforescente, colocada en la oscuridad, emite una irradiación y expuesta a plena luz pierde toda su fascinación de joya preciosa, de igual manera la belleza pierde su existencia si se le suprimen los efectos de la sombra.
Junichiro Tanizaki.
(Contratapa a Claroscuro, de Gonzalo Millán).
sábado, agosto 08, 2009
Las ciudades invisibles
sábado, agosto 08, 2009
Marco Polo describe un puente, piedra por piedra.
-Pero, ¿cuál es la piedra que sostiene el puente? -pregunta Kublai Jan.
-El puente no está sostenido por esta piedra o por aquélla -responde Marco-, sino por la línea del arco que ellas forman.
Kublai permanece silencioso, reflexionando. Después añade:
-¿Por qué me hablas de las piedras? Lo único que me importa es el arco.
Polo responde:
-Sin piedras no hay arco.
Italo Calvino. Las ciudades invisibles.
domingo, julio 19, 2009
Alicia y la lucidez
domingo, julio 19, 2009
«Minino de Cheshire, ¿podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?»
Lewis Carroll. Alicia en el país de las maravillas.
Por fin, luego de años de entrenamiento y llevada de la mano por la sonrisa de su felino, decidió quitarse la venda de los ojos. La promesa de infinito, tantas veces anunciada, la estremece del cabello a las uñas. Alicia, la de las maravillas, levanta los párpados, maravillada,
para no ver.
Julio, 2009.
domingo, junio 28, 2009
Böll
domingo, junio 28, 2009
"De pie en el borde de la acera, me pareció comprender a papá: supe que yo, ahí de pie, era fotografiado; que de mí existía una foto, de pie, en la acera -hundido profundamente en las aguas oscuras-; había una fotografía, y yo sentía unas enormes ganas de verla. Si alguien me hubiese hablado en inglés, le habría contestado en inglés. Allí, en el borde de la acera, frente a la casa de Hedwig, vi con toda claridad lo que siempre había temido ver claro, lo que, para decirlo a alguien, siempre me había producido timidez: que me importaba infinitamente llegar a la misa vespertina antes del ofertorio, y que para mí tenía la misma importancia poder quedarme sentado mientras la iglesia se vaciaba, quedarme a veces hasta que el sacristán hacía sonar su manojo de llaves con la misma ostentación con que los camareros ponen las sillas sobre las mesas, cuando quieren terminar su trabajo; y la tristeza de tener que abandonar el restaurante no es muy distinta a la tristeza que yo había sentido cuando me sacaban de la iglesia, en la que había entrado en el último minuto. Me pareció que comprendía todo lo que hasta entonces no me había sido posible comprender: que Wickeber podía ser una persona devota y a la vez un estafador, y que era ambas cosas de un modo auténtico: devoto y estafador, y abandoné mi odio hacia él lo mismo que un niño abandona un globo que ha tenido en su mano cerrada durante toda una tarde de domingo estival... y luego lo suelta de pronto para verlo subir en el cielo crepuscular, donde se hace cada vez más pequeño, más pequeño, hasta que deja de verse."
El pan de los años mozos. Heinrich Böll, 1955.
viernes, junio 26, 2009
Diálogos, Pizarnik (1968)
viernes, junio 26, 2009
Cortometraje basado en "Diálogos", de Alejandra Pizarnik
-1968-
domingo, junio 07, 2009
Tactos y sombras (IV)
domingo, junio 07, 2009
IV
Ejercicio intermedio entre el corazón y la mente: recordar. Practicarlo con la niña que fui y a la que dejé varios kilómetros al sur, se vuelve, esta tarde, algo bello, bueno.
Ejercicio intermedio entre el corazón y la mente: recordar. Practicarlo con la niña que fui y a la que dejé varios kilómetros al sur, se vuelve, esta tarde, algo bello, bueno.
sábado, mayo 16, 2009
Tactos y sombras (III)
sábado, mayo 16, 2009
III
Mi madre dice que jamás olvidará aquella ocasión en que algunos parientes se despedían de nosotros en una estación de tren que ya no existe. Era el Puerto Montt de años atrás, una ciudad que comenzaba a serlo; un lugar de convergencias disímiles en el que mis padres se conocieron sin ser, ninguno, de allí.
Mi madre dice que jamás olvidará aquella ocasión en que algunos parientes se despedían de nosotros en una estación de tren que ya no existe. Era el Puerto Montt de años atrás, una ciudad que comenzaba a serlo; un lugar de convergencias disímiles en el que mis padres se conocieron sin ser, ninguno, de allí.
La casa que mi padre construyó en la población Libertad, frente al estero que todos los años se desborda con las lluvias de invierno, era más grande que lo necesario. Mientras la levantaban, mamá se enteró que mi hermano Alberto venía en camino y, de improviso, papá destinó lo que iba a ser la "bodega", para dormitorio de él.
Crecimos solas. Más aún considerando que la compañía de mi hermana desaparecía porque éramos tan iguales, que no había demasiado "otro" entre nosotras. Quizá por eso mi madre recuerda tanto aquella ocasión: nuestro llanto incontrolable, el griterío y el "no queremos quedarnos solitas", con que despedíamos a nuestros parientes venidos por las vacaciones de verano.
Horas, días más tarde, las visitas formaban parte de las sombras que se cruzaban de un cuarto a otro, en mi memoria. Y las lágrimas cocodrilescas, ecos inaudibles salvo para mí, como una resina que cubría las tardes oscuras de la misma forma que el barro lo hacía con mis zapatos.
Crecimos solas. Más aún considerando que la compañía de mi hermana desaparecía porque éramos tan iguales, que no había demasiado "otro" entre nosotras. Quizá por eso mi madre recuerda tanto aquella ocasión: nuestro llanto incontrolable, el griterío y el "no queremos quedarnos solitas", con que despedíamos a nuestros parientes venidos por las vacaciones de verano.
Horas, días más tarde, las visitas formaban parte de las sombras que se cruzaban de un cuarto a otro, en mi memoria. Y las lágrimas cocodrilescas, ecos inaudibles salvo para mí, como una resina que cubría las tardes oscuras de la misma forma que el barro lo hacía con mis zapatos.
domingo, mayo 10, 2009
Tactos y sombras (II)
domingo, mayo 10, 2009
II
No sólo las sombras chinescas se proyectaban sobre las paredes de aquel entonces. En mi cuarto, por ejemplo, las cortinas parecían tener vida propia, alentadas por corrientes de aire sempiternas. Solía encontrar brujas, hadas, gnomos, solía ver flores o murciélagos, candelabros de múltiples brazos que pretendían alcanzarme.
Ojos cerrados mediante, yo huía de esas figuras. En su lugar, encontraba dentro de mí sus voces, sobretodo la de una mujer que me repetía cosas. Me llamaba por el nombre y repetía cosas, aunque ya no recuerdo lo que decía.
Pensaba que un día dejaría de escucharla, con ese pánico que me recorría al saber que sólo estaba dentro de mí, que sólo yo la conocía. Aprendí que todos tenemos miedo a la locura, sobretodo cuando nos sentimos un poco enfermos. Y yo me sentía un poco así: como la niña del cuento a la que alguien debe componer nuevamente.
No sé cuántos años habrá vivido en mí, ni por qué razón me dejó un día, para siempre. Lo que su sombra proyectaba, sin embargo, permanece inalterable.
Hay ciertas cosas que son, cómo decirlo. Perennes.
Ojos cerrados mediante, yo huía de esas figuras. En su lugar, encontraba dentro de mí sus voces, sobretodo la de una mujer que me repetía cosas. Me llamaba por el nombre y repetía cosas, aunque ya no recuerdo lo que decía.
Pensaba que un día dejaría de escucharla, con ese pánico que me recorría al saber que sólo estaba dentro de mí, que sólo yo la conocía. Aprendí que todos tenemos miedo a la locura, sobretodo cuando nos sentimos un poco enfermos. Y yo me sentía un poco así: como la niña del cuento a la que alguien debe componer nuevamente.
No sé cuántos años habrá vivido en mí, ni por qué razón me dejó un día, para siempre. Lo que su sombra proyectaba, sin embargo, permanece inalterable.
Hay ciertas cosas que son, cómo decirlo. Perennes.
viernes, mayo 08, 2009
Tactos y sombras (I)
viernes, mayo 08, 2009
I
Yo también jugaba al lobo feroz con las manos, cuando se cortaba la luz y la mesa de la cocina se iluminaba tenuemente con una vela improvisada sobre un tarro de café, a falta de palmatorias. Porque la verdad es que jugaban a las escondidas con nosotros, y sólo aparecían con el amanecer del día siguiente, tan cerca que no podíamos menos que maldecir la ceguera.
A mí todo ese ambiente de penumbras, me fascinaba. No por la oscuridad, que incluso temía. Sobretodo cuando tenía que ir al baño, en el fondo del pasillo, y avanzaba muy lento con la vela en la mano, iluminando apenas el paso siguiente. Esa sensación de no saber lo que seguía, me erizaba la piel del brazo.
Lo fascinante, lo paradójico, era ese cerrar y abrir puertas que provocaba la oscuridad. Porque un sentido magnífico, omnipresente, de pronto y sin explicaciones, pasaba a ser algo inservible y deslucido. Y en su lugar, emergían claves agazapadas, secretas, cómplices; instrumentos de lo perceptible, como lo que sería una llave precisa para un mundo inexplorado.
A mí todo ese ambiente de penumbras, me fascinaba. No por la oscuridad, que incluso temía. Sobretodo cuando tenía que ir al baño, en el fondo del pasillo, y avanzaba muy lento con la vela en la mano, iluminando apenas el paso siguiente. Esa sensación de no saber lo que seguía, me erizaba la piel del brazo.
Lo fascinante, lo paradójico, era ese cerrar y abrir puertas que provocaba la oscuridad. Porque un sentido magnífico, omnipresente, de pronto y sin explicaciones, pasaba a ser algo inservible y deslucido. Y en su lugar, emergían claves agazapadas, secretas, cómplices; instrumentos de lo perceptible, como lo que sería una llave precisa para un mundo inexplorado.
domingo, diciembre 07, 2008
Tree of life
domingo, diciembre 07, 2008
A) El árbol de la vida no sostendría a nadie; al contrario, se sustentaría sobre una horda de (in)crédulos sin más oficio que el de mantenerse en pie cerca de su tronco. La inclinación de éste les produciría (a los incautos) una especie de admiración, como si estuviesen frente a la Torre de Pisa y no ante el vacilante tallo que realmente es.
B) Cerca del centro los espectadores observarían las ramas y sus bifurcaciones. Digamos, éstas se enroscarían intentando guardarse de las miradas multitudinarias de nosotros, los crédulos y los no tanto. Cada ondulación, grande o pequeña, seguiría la máxima: "frente a lo que sea, vuelva tercamente sobre su epicentro", tal como lo propondrá alguien en Principios Vitales para Árboles de la Vida, valga la redundancia, (2012), editorial Caducifolio Nuevo.
C) Más tarde, ya seguro de su guía, se presentaría en el árbol un crecimiento tipo bonsai. Lo que implica, probablemente, que el grado de importancia está en directa relación con la antigüedad, en desmedro del tamaño. Y ya puestos, si del bonsai surgiesen arrugas, tanto mejor pues eso demostraría su calidad de añejo... lo que provocaría ganas de beberlo, como si se tratase de un buen vino. Esto último, sin embargo, no podría asegurarlo.
D) Imagino que al árbol poco deben interesarle las Torres de Babel y de ahí su semejanza con la Torre de Pisa; nadie en su sano juicio podría alcanzar el suelo simplemente creciendo, en cambio sí podría, siendo el caso, inclinarse sobre sí como en una reverencia y tocarse la punta... del pie, en un gesto pleno de -¿cómo decirlo?- sincera humildad y necesario reconocimiento, dos elementos que nunca sobran en el Reino de los Suelos.
E) Mientras tanto, en las copas de este árbol, vivirían cien pájaros salidos de la cuenca de una mano que amenazaba jaula. Tal vez, en sus vidas pasadas, habrían formado parte del grupo de (in)crédulos. Sus cantos serían los de pechos henchidos de libertad, los de ojos que sólo pueden ver hacia arriba, al camino que queda por andar. ¿Y lo andado? Vendría siendo pretérito desperfecto, necesario olvido, recuerdo no añorado que yace en el fondo de un baúl sin fondo, caído para siempre en el irrecuperable hoyo negro de la historia.
F) A estas alturas o desventuras cabría preguntarse de qué vive este árbol, o más bien, cómo es que perdura. Sobre la extensión de sus raíces no podría asegurarse nada, pues nadie las ha visto y Julio Verne no alcanzó a narrarlo. Su viaje al centro de la tierra, desgraciadamente, no aportó evidencia empírica alguna sobre este tipo de asuntos, lo que confirma cuán pocas veces nos atrevemos a decir cosas realmente importantes. En fin; que siempre -menos mal- van quedando cosas por definir.
G) Pero lo que a usted y a mí podría interesarnos sobre este fenómeno es fundamental. Aunque yo no digo nada sobre esto. Ni siquiera se me ocurriría mencionarlo. Si la imaginación de la imaginación me alcanzase (como dijo don Gonzalo), simplemente cambiaría las letras por glifos y que se las arregle el resto como pueda. Es personal y es intransferible, como dice mi cuenta de ahorro del Banco Estado.
B) Cerca del centro los espectadores observarían las ramas y sus bifurcaciones. Digamos, éstas se enroscarían intentando guardarse de las miradas multitudinarias de nosotros, los crédulos y los no tanto. Cada ondulación, grande o pequeña, seguiría la máxima: "frente a lo que sea, vuelva tercamente sobre su epicentro", tal como lo propondrá alguien en Principios Vitales para Árboles de la Vida, valga la redundancia, (2012), editorial Caducifolio Nuevo.
C) Más tarde, ya seguro de su guía, se presentaría en el árbol un crecimiento tipo bonsai. Lo que implica, probablemente, que el grado de importancia está en directa relación con la antigüedad, en desmedro del tamaño. Y ya puestos, si del bonsai surgiesen arrugas, tanto mejor pues eso demostraría su calidad de añejo... lo que provocaría ganas de beberlo, como si se tratase de un buen vino. Esto último, sin embargo, no podría asegurarlo.
D) Imagino que al árbol poco deben interesarle las Torres de Babel y de ahí su semejanza con la Torre de Pisa; nadie en su sano juicio podría alcanzar el suelo simplemente creciendo, en cambio sí podría, siendo el caso, inclinarse sobre sí como en una reverencia y tocarse la punta... del pie, en un gesto pleno de -¿cómo decirlo?- sincera humildad y necesario reconocimiento, dos elementos que nunca sobran en el Reino de los Suelos.
E) Mientras tanto, en las copas de este árbol, vivirían cien pájaros salidos de la cuenca de una mano que amenazaba jaula. Tal vez, en sus vidas pasadas, habrían formado parte del grupo de (in)crédulos. Sus cantos serían los de pechos henchidos de libertad, los de ojos que sólo pueden ver hacia arriba, al camino que queda por andar. ¿Y lo andado? Vendría siendo pretérito desperfecto, necesario olvido, recuerdo no añorado que yace en el fondo de un baúl sin fondo, caído para siempre en el irrecuperable hoyo negro de la historia.
F) A estas alturas o desventuras cabría preguntarse de qué vive este árbol, o más bien, cómo es que perdura. Sobre la extensión de sus raíces no podría asegurarse nada, pues nadie las ha visto y Julio Verne no alcanzó a narrarlo. Su viaje al centro de la tierra, desgraciadamente, no aportó evidencia empírica alguna sobre este tipo de asuntos, lo que confirma cuán pocas veces nos atrevemos a decir cosas realmente importantes. En fin; que siempre -menos mal- van quedando cosas por definir.
G) Pero lo que a usted y a mí podría interesarnos sobre este fenómeno es fundamental. Aunque yo no digo nada sobre esto. Ni siquiera se me ocurriría mencionarlo. Si la imaginación de la imaginación me alcanzase (como dijo don Gonzalo), simplemente cambiaría las letras por glifos y que se las arregle el resto como pueda. Es personal y es intransferible, como dice mi cuenta de ahorro del Banco Estado.
viernes, diciembre 05, 2008
Adiós, gracias por todo
viernes, diciembre 05, 2008
Cuento de Marcelo Fox, en Terapia de Crisis, Alfredo Moffatt.
Me corté los labios al afeitarme. La sangre salía. Era dulce. Me gustaba. Después traté que la pequeña herida se cerrara. No lo conseguía. Dormí con un esparadrapo sobre la boca. A la madrugada desperté. La almohada estaba manchada de rojo. Las sábanas. El piso. Miré un espejo. Por la mejilla izquierda se extendían gránulos escarlatas. Un día u otro habría tenido que suceder. Me lo habían avisado. Una cuestión genética hereditaria, dijeron. Fui al médico.
‑Por el momento la única forma de salvación es que le amputemos la cabeza.
‑Pero doctor...
‑No se preocupe. La ciencia avanza. El cerebro, los ojos y demás centros vitales le serán transplantados a la cavidad abdominal.
Ahora salgo, aunque nada más que de noche, cuando las gentes tienen menos oportunidad de distinguir que sobre mis hombros hay solamente un mazacote de yeso reproduciendo rasgos humanos. Desprendiéndome la camisa puedo ver. Me alimento por el ombligo. Logro articular sonidos mediante un aparato injertado un poco más arriba. Con algo por el estilo, oigo. Adaptarse. Resignarse. Una psicóloga me ayuda a ello.
La cosa volvió a comenzar por un pie y una mano del mismo lado. Del mismo lado izquierdo. Seguir amputando. No veo, no hay otra salida...
‑Pero doctor…
‑Cálmese hombre, cálmese, considero que el problema técnico de amputar cuatro extremidades es mucho más simple que el de separar una cabeza del tronco y trasladar los órganos de los sentidos a...
‑Comprendo, quiero comprender. Está bien... Lo que no entiendo es por qué las cuatro extremidades deben de ser...
‑Bueno... Es que total tarde o temprano... En fin…Usted sabe como son las cosas... Perdóneme pero hay otros pacientes que... Venga, salga por la puerta trasera.
Casi inmóvil. En un rincón. La psicóloga me habla de los fines de la humanidad, de las consecuencias siempre funestas del pesimismo. Me lee también a Parménides. Y me lo interpreta. Si el ser está inmóvil y el movimiento es mera apariencia, para qué preocuparme de mi inmovilidad. Los había oído nombrar a Freud, Marx, Hegel, San Lactancia, Nietzche, antes de decidirme por Parménides como más conveniente para mi caso. Lo único que lamento es no poder masturbarme. A veces trato de refregar el miembro contra las paredes. Sólo consigo laceraciones. Me pedí que me castraran. Lo hicieron.
‑Discúlpeme que les cause tantas molestias, es que...
‑No. No se preocupe. Nosotros estamos aquí para ayudarlo.
He acabado siendo un cerebro que flota en un líquido de no se qué color. Sólo quedan conectados con el exterior mis centros auditivos. Oigo una voz que repite los evangelios. Hablan de la fatuidad del mundo y la carne y de reinos infinitos. Trato. Debo de estar contento. Se ocupan de mí hasta el fin. En el lóbulo occipital ya empiezo a sentir los síntomas conocidos. Adiós. Gracias por todo.
‑Por el momento la única forma de salvación es que le amputemos la cabeza.
‑Pero doctor...
‑No se preocupe. La ciencia avanza. El cerebro, los ojos y demás centros vitales le serán transplantados a la cavidad abdominal.
Ahora salgo, aunque nada más que de noche, cuando las gentes tienen menos oportunidad de distinguir que sobre mis hombros hay solamente un mazacote de yeso reproduciendo rasgos humanos. Desprendiéndome la camisa puedo ver. Me alimento por el ombligo. Logro articular sonidos mediante un aparato injertado un poco más arriba. Con algo por el estilo, oigo. Adaptarse. Resignarse. Una psicóloga me ayuda a ello.
La cosa volvió a comenzar por un pie y una mano del mismo lado. Del mismo lado izquierdo. Seguir amputando. No veo, no hay otra salida...
‑Pero doctor…
‑Cálmese hombre, cálmese, considero que el problema técnico de amputar cuatro extremidades es mucho más simple que el de separar una cabeza del tronco y trasladar los órganos de los sentidos a...
‑Comprendo, quiero comprender. Está bien... Lo que no entiendo es por qué las cuatro extremidades deben de ser...
‑Bueno... Es que total tarde o temprano... En fin…Usted sabe como son las cosas... Perdóneme pero hay otros pacientes que... Venga, salga por la puerta trasera.
Casi inmóvil. En un rincón. La psicóloga me habla de los fines de la humanidad, de las consecuencias siempre funestas del pesimismo. Me lee también a Parménides. Y me lo interpreta. Si el ser está inmóvil y el movimiento es mera apariencia, para qué preocuparme de mi inmovilidad. Los había oído nombrar a Freud, Marx, Hegel, San Lactancia, Nietzche, antes de decidirme por Parménides como más conveniente para mi caso. Lo único que lamento es no poder masturbarme. A veces trato de refregar el miembro contra las paredes. Sólo consigo laceraciones. Me pedí que me castraran. Lo hicieron.
‑Discúlpeme que les cause tantas molestias, es que...
‑No. No se preocupe. Nosotros estamos aquí para ayudarlo.
He acabado siendo un cerebro que flota en un líquido de no se qué color. Sólo quedan conectados con el exterior mis centros auditivos. Oigo una voz que repite los evangelios. Hablan de la fatuidad del mundo y la carne y de reinos infinitos. Trato. Debo de estar contento. Se ocupan de mí hasta el fin. En el lóbulo occipital ya empiezo a sentir los síntomas conocidos. Adiós. Gracias por todo.
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