Quizá a más de uno le parece que no se debe pensar mucho en el pasado -como si fuera alguna extraña manía de gente poco sana-, pero la verdad más sincera es que resulta tremendamente difícil no hacerlo. A mí, en este caso, me trae una mezcla de nostalgia con buenas ideas y un pizca de infaltable aburrimiento laboral.
Reviso este blog y encuentro en él muchos episodios valiosos de mi memoria, y me complazco. Veo en él un sentido, un propósito que se va cumpliendo con cada línea, con cada idea en el aire. Reconozco, por ejemplo, la belleza de la negrita Bárbara Kanaam, y más atrás el rostro níveo de la actriz protagonista de Azul. Unas frases de Rojas, un reflexión mía sobre los sueños, un par de poemas de un lento pero seguro deshielo que le dio un vuelco a mi vida en esos días. Recuerdos que, de una otra manera, no deberían perderse en la vorágine de lo siempre actual. Es extraño. Una defiende a rajatabla el poder del ahora -a lo Eckhart Tolle- y, sin embargo, el pasado tiene un poder embriagador, magnético. Tiene una belleza especial.
Pero no todo es brillo. A veces la luz apunta en otras direcciones más oscuras, e ilumina frases que naufragan como papel por el cauce un río caudaloso. Leo las palabras que escribí a Dina y sobre ella, y que terminan con esa mordaz acusación tan cierta: dice que iremos a morir mañana. Más que nada, recuerdo a esa ecuatoriana tan espontánea, tan amiga de sus amigos, tan ella. En mi mente, converso con lo que pienso que ella me diría en las situaciones que ahora vivo, y cómo se reiría de mí al ver que casi tengo un año de convivencia con O. Y que soy feliz en gran medida, lo que ella asumiría como un desperdicio artístico cultural ("La gente no escribe porque sea feliz, boba").
Yo no escribía porque no lo fuera, en todo caso. Ahora lo veo mejor. Yo escribía más que nada porque sentía la necesidad de sacar afuera ciertas cosas molestas, cierta desidia, y no poca soledad. Me sentía acompañada con mis lecturas y mis lentas palabras (nunca fui muy prolífica, cada texto era un pequeño parto). En ese tiempo, prefería la literatura a la vida y hay que entender, en serio, que suelen ser aspectos distintos de la realidad.
En medio de este verano despiadado (el calor, las hormigas, el calor), vuelvo a sentir la necesidad de recordar lo bello, lo bueno, de ir tejiendo una manta de diversos colores, a la que pueda volver en cinco, diez, cincuenta años más. Se siente como una agüita en el corazón hacerlo.
Reviso este blog y encuentro en él muchos episodios valiosos de mi memoria, y me complazco. Veo en él un sentido, un propósito que se va cumpliendo con cada línea, con cada idea en el aire. Reconozco, por ejemplo, la belleza de la negrita Bárbara Kanaam, y más atrás el rostro níveo de la actriz protagonista de Azul. Unas frases de Rojas, un reflexión mía sobre los sueños, un par de poemas de un lento pero seguro deshielo que le dio un vuelco a mi vida en esos días. Recuerdos que, de una otra manera, no deberían perderse en la vorágine de lo siempre actual. Es extraño. Una defiende a rajatabla el poder del ahora -a lo Eckhart Tolle- y, sin embargo, el pasado tiene un poder embriagador, magnético. Tiene una belleza especial.
Pero no todo es brillo. A veces la luz apunta en otras direcciones más oscuras, e ilumina frases que naufragan como papel por el cauce un río caudaloso. Leo las palabras que escribí a Dina y sobre ella, y que terminan con esa mordaz acusación tan cierta: dice que iremos a morir mañana. Más que nada, recuerdo a esa ecuatoriana tan espontánea, tan amiga de sus amigos, tan ella. En mi mente, converso con lo que pienso que ella me diría en las situaciones que ahora vivo, y cómo se reiría de mí al ver que casi tengo un año de convivencia con O. Y que soy feliz en gran medida, lo que ella asumiría como un desperdicio artístico cultural ("La gente no escribe porque sea feliz, boba").
Yo no escribía porque no lo fuera, en todo caso. Ahora lo veo mejor. Yo escribía más que nada porque sentía la necesidad de sacar afuera ciertas cosas molestas, cierta desidia, y no poca soledad. Me sentía acompañada con mis lecturas y mis lentas palabras (nunca fui muy prolífica, cada texto era un pequeño parto). En ese tiempo, prefería la literatura a la vida y hay que entender, en serio, que suelen ser aspectos distintos de la realidad.
En medio de este verano despiadado (el calor, las hormigas, el calor), vuelvo a sentir la necesidad de recordar lo bello, lo bueno, de ir tejiendo una manta de diversos colores, a la que pueda volver en cinco, diez, cincuenta años más. Se siente como una agüita en el corazón hacerlo.